viernes, 1 de diciembre de 2017

Aquél que Acecha en lo Profundo

  Cuando el Capitán y el Arqueólogo se despiertan, Altair y Alain les preguntan qué ocurrió. Se nota la desconfianza del grupo hacia Lunder, y le exigen explicaciones. El investigador, con mucho pesar, les relata su pasado. Luder, en su juventud, junto con varios amigos y colegas, se embarcó en la búsqueda de rastros y reliquias de una antigua civilización. El Pueblo que era su objeto de estudio parecía adorar a una deidad desconocida, definitivamente ninguno de los Dioses que normalmente venera la gente de esta era. El semielfo recorrió gran parte del mundo, desde El Sur hasta las Llanuras de Bronce; desenterró ruinas en lugares como la Costa del Oro y el Gran Desierto; incluso llegó a navegar hasta las Islas Oscuras en el Mar del Norte y al Imperio de los Gigantes, en el lejano oriente.
  Durante sus excavaciones, fue encontrando más información sobre la Gente cuyas ruinas excavaba. La deidad a la que adoraban, cada vez más familiar y a la vez más terrorífica para el Arqueólogo, no era representada con una figura humanoide, si no que parecía una bizarra amalgama de predadores marinos. Tiburones, calamares gigantes y cangrejos eran motivos comunes en los frescos y esculturas que Lunder fue encontrando. Sus colegas, temiendo estar investigando algo demasiado peligroso, lo intentaron hacer desistir. Pero para Lunder, descubrir más sobre la Deidad marina y su pueblo se había convertido en una obsesión. Siguió investigando, pero está vez en soledad.
  Hace pocos meses, descubrió una serie de reliquias que lo llevaron a una de las islas del Archipiélago de Moray. Allí, Lunder encontró una enorme torre a orillas del mar. Nunca en su larga vida de semielfo el Arqueólogo había visto una estructura semejante y en tan buen estado. La torre estaba hecha de piedra negra, y sus paredes parecían girar sobre si mismas, formando un tirabuzón.

  Lunder, se apresuró hacia uno de los portales que se abrían a los pies del edificio, penetrando en la oscuridad, confiando en su sangre elfa para poder ver. Al entrar, lo que vio lo dejó de una pieza. El enorme obelisco estaba hueco. La cúpula y las paredes se perdían en densas sombras. Pero en el centro de la estancia, se hallaba un atril, y sobre él un grueso libro. Sin dudarlo, el Arqueólogo se acercó al tomo y lo abrió.
  En seguida, un enorme poder se apoderó de él. Tan grande era la fuerza que tenía dentro que en seguida quedó inconsciente. Cuando se despertó, estaba al aire libre, en la playa cercana al obelisco. Al levantar la vista, pudo ver que ya no estaba dentro del edificio, y no lo podía encontrar por ningún lado. En la arena, junto a él, estaba el fantástico libro, única prueba de su descubrimiento.
  Durante un tiempo, se dedicó a vagar por la isla, intentando entender de que iba el libro. El mismo tenía relación con la Gente que Lunder estudiaba, las páginas tenían dibujos con los mismos motivos marinos. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que ahora podía decifrar las palabras escritas en el tomo. Éstas contaban una profecía, que lo llenó de temor. Según el escritor, el Gran Padre en lo Profundo, como llamaba a su Dios, le advirtió que algún día el Enemigo intentaría renacer y con él sobrevendría una Marea Maligna que arrasaría con todo el mundo. Una serie de portentos anunciarían su llegada. Y Lunder se dio cuenta que estos portentos estaban llegando. Tenía que ser él quien detuviera la Marea Maligna, era el único que podría salvar al mundo. Según el libro, para ello debía encontrar un arma antigua, un poderoso tridente y consagrarla a Dagon, su nuevo dios.


  Mientras estudiaba el tomo y empezaba a comprender su destino, descubrió que el gran poder que lo había poseído nunca se había ido realmente. En el libro pudo encontrar fórmulas arcanas para canalizarlo y así poder realizar hechizos. Cada día practicaba su magia, y cada día se iba volviendo más poderoso. Finalmente, seguro de sí mismo, abandonó la isla, en búsqueda de su destino.
  Apenas zarpó de la playa, una enorme tempestad se abatió sobre él y su pequeño barco. Tan fuerte fue la tormenta que hundió su nave. Pero Lunder, apelando a sus nuevos poderes, logró sobrevivir. Y así fue como El Tempestad y su tripulación lo encontró flotabdo en medio de Moray.

  El grupo de aventureros quedó pasmado al escuchar la historia de Lunder. Ahora entendían su aire de misterio. Sin confiar en el Arqueólogo, deciden de todas formas aceptarlo, no se rechaza a alguien poderoso que quiere ayudar. Los héroes deciden volver a la superficie a descansar y recuperar sus fuerzas; además así pueden asegurarse que Olmes salga con vida de las cavernas. Debido a que Max y Lunder no están bajo el efecto de la magia de Voros, deben apelar a los conjuros del brujo. Éste invoca de su libro un humo negro que se mete en sus pulmones, permitiéndoles respirar bajo el agua.
  Una vez fuera de las cavernas, los aventureros se encuentran con un hermoso día de sol, la brisa les trae el aroma del agua salada y los chillidos de las gaviotas. Es increíble como la naturaleza no cambia su ritmo por ningún motivo, e ignora los peligros a los que se enfrentan quienes habitan el mundo. Nada parece indicar las duras batallas que nuestros héroes han luchado en las entrañas de la Isla.
 En el campamento no quedan muchos marinos, sólo los necesarios para cuidar la entrada a las cuevas. Entre ellos está Marly, la hija de la Potentada. Ella les dice que, desde que cuentan con la ayuda de la tripulación de El Tempestad, han podido rechazar las incursiones de los Sahuagin sin sufrir pérdidas. Parece que las criaturas sólo atacan durante la noche y los Anguileños aprovechan el día para recuperarse de las batallas.
  Cuando la joven les pregunta por Lychelle, Olmes colapsa por el cansancio, el horro y la tristeza. Mientras un par de tripulantes lo llevan dentro de una tienda para que descance, Altair le explica a la Guerrera lo que han podido averiguar. La preocupación y el terror van ensombreciendo el semblante de Marly mientras el Elfo avanza en su relato. Al finalizar, la Guerrera se despide, diciéndoles que debe informar a su madre lo más pronto posible; claramente los Diablos del Mar tienen intenciones más profundas que simplemente atacar Villa Anguila.
  Luego de un día de merecido descanso, los aventureros se disponen a retornar a las cavernas. Según Olmes, los Hombres Tiburón no asesinaron a todos sus cautivos, algunos habían sido llevados hacia cuevas más profundas para ser interrogarlos. Luego de descender hacia las entrañas de la Isla, y antes de sumergirse en las aguas que inundan las grutas, Lunder vuelve a invocar su magia para permitirles respirar bajo el agua. Siguiendo la luz  mágica de Alain, los aventureros se zambullen en las aguas.
Pero los Sahuagin no han estado ociosos mientras nuestros héroes descansaban. Apenas el grupo empieza  a avanzar hacia la siguiente caverna, los atacan los Diablos del Mar, emboscados detrás de unas rocas. Con ellos viene una de sus mascotas, un enorme Tiburón.
  Al desatarse el combate, Lunder usa uno de sus hechizos, pero no es muy efectivo. Los Diablos del Mar, con su odio hacia aquellos que pueden invocar poderes mágicos, lo atacan con sus tridentes y dejan inconsciente al Arqueólogo. Entre tanto, Max y Altair, aprovechando que la pelea se desarrolla en la superficie del agua, usan sus armas para matar al tiburón.
  Voros también es atacado por los Diablos del Mar, cayendo bajo sus ataques y venenos. Max queda paralizado bajo la influencia del potente veneno de los monstruos.
  Alain dice unas palabras arcanas y una red hecha de una sustancia pegajosa sale despedida hacia los Sahuagin. Pero los Hombres Tiburón la esquivan y centran sus ataques en el Mago. Las armas envenenadas de los Diablos del Mar resultan demasiado mortíferas para Alain, quien cae inconsciente. 
La red de Alain no atrapa a nadie
  Desesperado al ver a sus compañeros caer, Altair intenta llevar adelante una táctica novedosa. Valiéndose de su agilidad marcial, sale del agua, parándose en la pequeña playa de roca. Allí, lanza por encima de la laguna el pez globo discecado y le arroja un dardo de acero. El contenedor explota, liberando su veneno sobre los Diablos del Mar. Pocos son los que logran resistir la parálisis, parece que la balanza se inclina del lado de los héroes.
  Aprovechándose del momentáneo respiro, el Elfo vuelve a saltar al agua y, utilizando la crema de arándanos lunares, logra curar las heridas de Voros. Éste vuelve a la consciencia y realiza uno de sus más poderosos hechizos. Invocando al poder del océano, atrapa el espíritu del tiburón muerto y lo moldea para formar cuatro de estos predadores marinos, aunque más pequeños que el original.
Los Tiburones Mágicos de Voros

  Los tiburones de Voros empiezan a atacar a los Sahuagin, causando bastantes estragos entre sus filas. El Druida vuelve a utilizar su magia y cierra las heridas del Mago.
 Pero es en este momento que varios de los Diablos del Mar salen de su parálisis y atacan al Druida. Voros es seriamente dañado, uno de los Sahuagin le arranca el brazo del escudo de un mordizco. No pudiendo soportar el dolor, se desmaya. Junto con la lucidez del Tritón, se van los espíritus de los tiburones.
  El Elfo intenta defenderse, pero también cae. Sólo queda en pie Alain. Pensando en usar su más poderosa arma, el Rayo, pero sin querer rematar a sus compañeros, sale del agua intentando atrae a los Sahuagin. Éstos lo siguen y mueren frente a las artes arcanas del Mago.
  Luego del combate, Max logra liberarse del veneno y entre ambos llevan a sus compañeros a la playa de roca. Altair y Voros han muerto. Lunder está inconsciente, pero los sobrevivientes no se preocupan por él.
  Sin saber bien qué hacer con los cadáveres de sus amigos, deciden intentar transportarlos fuera de las grutas. Para ello Alain usa su morral mágico, el cual parece no tener límite a lo que puede llevar. Mientras preparan los cuerpos, se abre el libro de Lunder que nuevamente emana el negro humo, haciendo desaparecer al Brujo.
El morral mágico de Alain
 Mientras los supervivientes vuelven a la superficie pueden oir las salpicaduras y chapuzones de criaturas nadando en las aguas de la batalla. También se escuchan los ruidos de carne desgarrandose y huesos rompiendose. Al salir al aire libre, la luna los mira como entristecida y  cuida su inquieto descanso.

  Lunder vuelve a la consciencia y se haya tirado sobre la húmeda roca. Ninguna luz ilumina la caverna, pero sus ojos de semielfo le permiten ver que no hay enemigos. En la laguna de agua salada no quedan rastros del combate. El Brujo decide regresar a la superficie, en búsqueda de noticias.
  Ya en el campamento, los restos del grupo de aventureros se replantean su situación. Los Diablos del Mar son claramente muy fuertes y hábiles para luchar contra ellos en las condiciones en las que se encuentran. No creen que puedan conseguir ayuda de los isleños, ya tienen sus propios problemas con los Sahuagin.
  Sin saber bien qué hacer, Lunder le pide a Alain ver los cadáveres. El Mago sospecha del Brujo, pero accede a su pedido. El Arqueólogo recurre a la fuente de su poder, su Libro, tratando de encontrar una solución a sus problemas. Encuentra un ritual que puede devolver la vida a los muertos, pero exige "sacrificios" para funcionar.
  Alain, al entender el plan de Lunder, se niega a pagar semejante precio y trata de alejar al Brujo con un hechizo. Pero Lunder apela a su propia magia e invoca su arma de coral. De un sólo golpe deja inconsciente al Mago del Mar, cuidando de no matarlo. Luego, abre el tomo en la página correspondiente y empieza a invocar la magia y el favor de su patrón, Dagon.
  En el momento climático del ritual arcano, una luz escarlata sale del Libro, iluminando la noche como un faro. La radiación es seguida por un barro negro como el mar en las noches sin luna. La espesa sustancia cubre los cuerpos de Lunder y sus compañeros.
  El Arqueólogo se ve inmediatamente sumergido en un agua oleosa, negra. Ni siquiera sus ojos elficos pueden discernir algo ante semejante oscuridad. Largo tiempo pasa bajo el agua, sin sentir una corriente, ni un ser vivo. ¿Habrán pasado algunos minutos?¿O fueron horas? ¿Días? ¿Años? Lunder no puede estar seguro. Su desesperación crece y se aferra a su alma como una criatura viva. El terror y la soledad le carcomen las entrañas.
  De repente, cientos de orbes aparecen en las aguas. El Arqueólogo  no está seguro si acaban de surgur de la nada, o si siempre estuvieron allí, observándolo. Los globos iluminan el oscuro líquido, dandoles un tono sanguinoliento. Lunder puede ver, cerca de él, los cuerpos de sus compañeros. Éstos flotan, sin alejarse.
  De entre las profundidas surge una voz que le hace temblar cuerpo y alma, fuertes espasmos recorren los cuerpos inertes de los caídos.
  "¿Qué es lo que buscas en las profundidades, Siervo?- pregunta la voz"
  Lunder no duda, es Dagon, su dios, quien le habla y éstos son sus dominios.   "Gran Señor, he venido a pedir su ayuda.- Con una mezcla de terror y reverencia responde el Brujo.- Necesito devolver la vida a mis compañeros caídos."
  "Ya sabes lo que pido a cambio. Sacrificios"
  Con estas palabras de la deidad, aparece una extravagante daga flotando delante del Arqueólogo.
    Lunder, obediente, dándose cuenta el honor que es estar en la presencia de su Dios, toma el arma con ambas manos. Humilde en su sacrificio, en un éxtasis de poder da vuelta la reliquia y la apoya sobre su corazón.
  "Muero por vos"-grita, mientras hunde la daga en su cuerpo.

  El risa de infinitas almas ahogadas llena el océano. El arma se transforma en barro en las manos de Lunder. El agua a su alrededor se ilumina y puede ver cientos de ojos en rostros a su alrededor. Éstos tienen dientes y agallas; tentáculos, aletas o pinzas, Demonios del Océano. En medio de la multitud de aberraciones, se alza el inmenso cuerpo de un Leviatán. El ser, divino y demoníaco, es la amalgama de los depredadores del océano.  Es Dagon, Aquél que Acecha en lo Profundo, y su corte.
Dagon


  Lunder no entiende lo que esta pasando. Mira a su Dios, avergonzado. Su expresión es de completa impotencia.
  "Tú no vales nada para mí, Esclavo. Tú alma me pertenece y tenés una misión."
  Delante del brujo vuelve a estar la daga. Esta vez la toma y, sabiendo cual es la única alma a su alcance, la clava en el pecho de Alain. El arma se convierte nuevamente en barro, que cubre el cuerpo del Mago. En ese momento, el cadáver de Altair empieza a convulcionarse. El Elfo abre los ojos y mira, sorprendido y horrorizado, a su alrededor. Lunder le explica que se encuentran en los dominios de su dios y que Alain se sacrificó para revivirlo.
  Furioso, Altair encara la enorme mole de Dagon y le exige que le devuelva a sus amigos.
  "Lo haré, Guerrero, pero a cambio quiero sacrificios."- le responde la deidad, con una voz que parece surgir desde las mayores profundidades del mundo.
  Delante del Elfo aparece flotando la extraña daga. Altair la toma por la empuñadura, sellando su destino. En el momento que agarró la daga, el hilo de su ser, que une su mente, su cuerpo y su alma, se corta, como deshilachándose. El Elfo se retuerce de dolor, mientras los amuletos que cubren su cuerpo se funden con sus carnes. El mar en paz que era su alma se vuelve una tempestad de negras olas sombrías.
  "Ahora tu alma me pertenece"
  La iluminación escarlata empieza a apagarse, y los cuerpos de los compañeros son impulsados hacia el Libro del Arqueólogo.
  Nuevamente, vuelven a estar sobre tierra firme. Sus cuerpos mojados yacen sobre la hierba de Isla Anguila, brillando bajo la luz de la luna. Lunder mira a su alrededor y puede ver a sus compañeros. La monstruosidad en la que se convirtió el Elfo, empuñando la daga. El cuerpo demacrado del Mago, que empieza a enderesarce. El Tritón, ahora manco, que se retuerce mientras vuelve a la vida. Dagon cumplió, pero también cobró su precio.
Altair, Siervo de Dagon

No hay comentarios:

Publicar un comentario